Balada en esloveno y vozarrón, apuesta de Eslovenia para Róterdam
El pasado 22 de febrero, en el estudio 1 de la RTVSLO, tuvo lugar la final del EMA. Doce canciones se presentaron ante el público, algunas en esloveno. La gala estuvo presentada por Klemen Slakonia, cómico que hizo un intermedio digno de ver ya que se caracterizó de cada unos de los representantes de Eslovenia en Eurovisión desde 1993. Un jurado profesional compuesto por Nuša Derenda (2001), Darja Švajger (1995 y 1999) y Maja Keuc (2011) eligirian a las dos superfinalistas de la gala. Así, Ana Soklič y la participante del eurojunior Lina Kuduzović, resultaron ser las dos candidatas al triunfo; ya todo quedaba en manos del televoto. Ana Soklič con la canción Voda obtuvo 5.035 votos frente a los 4.369 que consiguió Lina.
La canción ganadora Voda (Agua) habla sobre el doble papel de este líquido elemento; por una parte, tiene un sentido negativo, ya que es causante de desgracias en el mundo, pero por otra parte, está lleno de positividad, ya que es símbolo de vida y pureza. La canción quiere enseñarnos que aunque nos pasen cosas malas y buenas en la vida, lo importante es tener a alguien a nuestro lado. El tema está compuesto por la propia Ana Soklič y por Bojan Simončič, guitarrista, compositor y arreglista esloveno que ha trabajado con Ana desde que ella tenia 17 años. Voda ha sido producida por Žiga Pirnat, músico y director de orquesta que ha trabajado en USA con productores de Rihanna o Andrea Bocelli.
Desde muy joven, Ana Soklič se formó en la Academia de Ópera y Jazz y comenzó a componer su propia música. Ha actuado junto al famoso coro de góspel de Harlem que había cantado para Obama, el Papá y habia colaborado con U2 o Elton John. En 2019 participó en el famoso festival esloveno Slovenska Popevska donde recibió dos premios del comité de expertos por la canción Temni svet y a la mejor interpretación. Ana habría sido la representante de Eslovenia en Rotterdam y seguramente habría pasado a la final, quizás más gracias al jurado que al televoto. Pero bueno, eso nunca se sabrá.
Por Iván Bujalance