Gerontofilia Visual
Hablamos de un espectáculo que busca el entretenimiento, pero el espectador actual ha adquirido ya esa visión y estética moderna, cada vez más depurada y estilizada. Y no está acostumbrada a mirar atrás. Hoy por hoy hay que educar el ojo a los lenguajes audiovisuales de antaño, porque a las nuevas generaciones les cuesta mantener la atención y el interés cuando el ritmo es estático y el montaje monótono. En su corto tiempo de vida, es curioso cómo el cine y la televisión, y con ellos el uso del tempo que las reglan, han cambiado tanto que es la única de todas las artes a la que cuesta hacer retrospectiva. En cuestión de música, pintura o arquitectura estamos habituados a apreciarlos, siendo capaces de admirar obras de hace siglos, pero pedir ver cine mudo de principios de siglo XX en prime time, incluso siendo alguna película reconocida como obra cumbre, es imposible en la actualidad. Cuesta esfuerzo.
Y qué pinta la UER en todo esto. Poco, pero al ser un programa único por su longevidad y está bien encuadrado geológicamente, hace que sea un espectacular reflejo de las tendencias, y ya no sólo de la idea de lo que ha de ser un buen producto televisivo sino de todo lo que interesa y le acompañaba, como la música o la moda. Qué gran cápsula del tiempo, que registra ensayos estéticos abrumadores, a veces triunfantes y otras muertas en el intento…
En este punto yo sé que la nostalgia se me sube a la chepa y se me come, como cuando me emociona ver cómo de aquellas lentes salían esos destellos de las lentejuelas de los noventa, o cuando me irrita que la cámara de las últimas años no pare un momento de moverse, ya sea girando, en zoom o cruzando toda la pista con doble giro mortal. Me incomoda el axioma de que todo lo nuevo siempre es mejor, despreciando automáticamente lo superado, que es lo pensaba el pueblo primitivo de Hawai (apunte antropológico tiki) y por hacerlo más simple, toda nueva generación.
Si Eurovision nunca fue radiofónico, no hay porque extrañarse de la mutación del show según evoluciona el lenguaje audiovisual con los años, pero su gigantismo puede hacer peligrar su viabilidad en las condiciones actuales. Sobre todo ese titánico afán de hacer algo nunca visto y cuanto más complejo mejor, que no me quiero poner cenizo pero a los presupuestos y los recortes me remito. Porque entonces a la música se le otorga el papel de acompañamiento de imágenes cuando en origen es la finalidad de todo este tinglado. Son 40 mini espectáculos y no 40 canciones lo que se verán en Viena, y yo sé disfrutarlos a los dos niveles, pero reconozco que me cuestiono si visto con perspectiva, es frívolo y apela al efectismo. Lo pide el concurso, sí, sobre todo desde la incorporación del televoto, pero sospecho que hemos perdido cosas buenas a cambio. A lo mejor solo lo hemos cambiado por otra cosa, no sé… pero entre tanto fuego y tanta pasarela se camufla la canción, y ya no brilla como en aquellos años cuyas imágenes eran modestas y sin tecnología punta.
Espero el día en que esta manera de producir esté desfasada y forme parte de una cápsula del tiempo, y que ésta sea a su vez sustituido por otra; qué interesante será ver cómo irá evolucionando, como siempre ha ido haciendo. Hasta dónde podrá llegar el pop europeo, cuántas coreografías podremos recordar y cuántas segundas líneas de coro cantar… Pero aún así, quiero desempolvar y hacer relucir todo el camino hecho hasta hoy. Y puede que justamente esté hablando a los que no necesiten estas líneas para justificar la belleza de la prototelevisión, pero yo lo considero Patrimonio con P gigante y en estos tiempos de evasión fácil nunca esta de más invitar a la búsqueda de lo bello en lo que ya está olvidado.