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Actuaciones inquietantes (I)

paco-gon-arenaPaco González-Arena /

Yo no sé tú, pero yo, a veces, me pongo tranquilamente a ver festivales “antuiguos”, que diría la otra. Y me encanta, chiki. Me lo paso churruki. Yo, una cocacola, unas palomitas y Eurovisión. Hay festivales que los tengo ya más que visionados, especialmente los de los 90. Me sé de memoria frases de Uribarri o de los presentadores (“Mi piace questa cartolina, applaudiamola”), he visto cientos de veces el carraspeo de Ingvild Bryn, los cruces de manos de Fionnuala Sweeney o Carrie Crawley, la caída de ojos de Mary Kennedy, al portavoz croata Marko Rasica (where are you, dear?), los brindis en Jerusalén 99 o las surrealistas votaciones de España a cargo de la inefable Belén Fernández de Henestrosa, “to name just a few.”

De todas formas, siempre se descubre algo nuevo, y últimamente no sé por qué, pero encuentro detalles en los que no había reparado. Por ejemplo, puedo asegurar que el “shiruismo” nació en el festival de 1985 en Gotemburgo. El “shiruismo” no es otra cosa que poner a un corista lo más lejos posible del resto de la composición escenográfica y, cuando se acerca para saludar, darle la espalda todos a una. Recibe su nombre de la actuación de Israel 1993, cuando a la pobre chica corista todos los demás, capitaneados por la malvada pianista, la ignoran como si nada.

Pues bien, aclaro mi afirmación sobre que el “shiruismo” empezó en Gotemburgo 85. Algo similar a lo ocurrido en 1993 le sucede al señor percusionista del grupo alemán Wind. A mí este hombre siempre me pareció que no pegaba nada con los demás. Él está ahí, a su aire, con su bailecito de p’allá p’acá, todo espatarrado, con sus hombreras estilo Locomía, en fin, que es una presencia inquietante, pero de ahí a abrazaros todos y dejarle a vuestras espaldas… Sois malas personas, miembros del grupo Wind.

Bueno, pues como esta anécdota, hay miles en Eurovisión y seguro que muchas son compartidas por muchos eurofans. Pero no quiero hablar simplemente de anécdotas aisladas en algunas actuaciones, sino de actuaciones que están henchidas de situaciones curiosas o dignas de análisis. Actuaciones inquietantes, como el percusionista alemán de enormes hombreras.

Volvamos a 1985. Tal vez nunca os hayáis parado a pensar en que este festival es bastante inquietante. La victoria de Noruega ya indica cómo de escalofriante fue ese año. Y la anécdota de Alemania no hace sino corroborarlo. Pero hay más cosas que me turbaron la última vez que vi este festival: la lengua del cantante francés, las uñas y el lipstick de Paloma San Basilio, el niño/niña danés, la salida del escenario de la cantante belga acompañada del director de orquesta, los pasitos de Vikki Watson y, cómo no, la actuación de Israel. Este país podría dar para un monográfico, sin duda, por su tenacidad en presentar puestas en escena milimétricamente coreografiadas, pero me voy a quedar con la segunda aparición sobre el escenario eurovisivo de Izhar Cohen. Ya la presentación de la canción nos ofrece la inquietante presencia de Kobi Oshrat que, cual gigoló barato, besa la mano de la eficaz Lill Lindfords. Luego vemos al coro, de colorines, como si fueran los gimnastas del programa de Eva Nasarre. Oímos unos gritos provenientes de ultratumba y, a ritmo endiablado, aparece el solista sobre el escenario, con sus contoneos, sus pelos y sus dientes. El chico canta bien, pero al llegar al estribillo, un gallo terrible hace que nos olvidemos del cantante y hasta de la canción y pongamos toda nuestra atención en la bailarina corista de verde. Pero Sole, hija, ¿qué has hecho? Ahí no acaba la cosa, ya que momentos después, observamos horrorizados cómo el micrófono se le va desprendiendo poco a poco, hasta que acaba colgando como una medalla de la Virgen de los Remedios. Pero la chica, que es toda una profesional, tiene recursos y se lo mete ¿dónde? ¡Sí! ¡Entre las tetas! ¡Mis ojos! ¡¡¡Mis ojos!!!

izhar cohen

Pero Sole, hija, ¿qué has hecho?

Perdonadme, pero no puedo seguir escribiendo. Necesito un descanso. Todo esto es mucho, demasiado para mí. Solo quiero dejar unas preguntas en el aire mientras me tomo un gintonic. ¿El bailarín de azul lleva más maquillaje que las chicas? ¿Qué se habían tomado antes de salir al escenario? ¿Por qué ninguno de los cinco bailarines puede cerrar la boca en ningún momento?

Bueno, ya me he repuesto. Poco, la verdad. Creo que me voy a tomar otro gintonic. Porque para comentar lo que viene ahora necesito reponer fuerzas. Oslo 1996. Ahí lo dejo. Otro festival que se las trae. Unos presentadores que parecen hechos de cera (él) y de residuos radiactivos (ella). Unos efectos “especiales” durante las actuaciones que dan auténtico pavor. Y una representación griega que es inquietante, muy inquietante. Marianna Efstratiou ya nos había deleitado con una dulce canción en 1989. Entonces, ¿por qué regresar a Eurovisión con semejante despropósito? ¿Por qué, Marianna? El tema empieza con percusión. Entonces piensas en las fiestas de Calanda, por ejemplo. Pero no, luego sale ella, toda digna, mona, con un traje de chaqueta y falda. Y ahí empieza el despropósito. ¿Por qué la falda le llega hasta los tobillos y debajo de la chaqueta no lleva nada? Y entonces le hacen un plano americano y vemos el color de su pelo. Otra cosa no, pero esta mujer siempre ha llevado el pelo muy acorde con su época. En el 89 nos enseñaba sus raíces negras y su cardado digno de Joan Cusack en Armas de mujer y en este 1996 nos muestra cómo ha evolucionado el mundo del tinte. Pero claro, tanto tinte estropea el pelo y Marianna luce lo que podemos llamar pelo de muñeca, sin brillo. Unas voces masculinas la acompañan en su tonada y es en el estribillo donde vemos a dos jóvenes efebos bailotear al ritmo de la canción. Eso sí, en pequeños fotogramas en la parte derecha de la pantalla, efectos cortesía de la realización de Oslo 96. Pero ahí no acaba la cosa. Los coristas van vestidos como de cowboys modernos, se aporrean en la pierna, cual penitentes, y arrean a un rebaño invisible. Y, para completar el cuadro, aparece un bailarín vestido con una camiseta brilli brilli que le ha dejado su prima mariliendre, la de Fuenlabrada, que intenta integrarse en la puesta en escena, sin conseguirlo.

Yo hoy no sé si duermo.