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Eurovisión es hetero

paco-gon-arenaPaco González Arena /

Más de uno se habrá llevado las manos a la cabeza al leer el título de esta columna. Más de uno habrá gritado a lo Edyta Gorniak. Y más de uno estará ahora mismo rezando ante su altar de divas de ventilador. No os preocupéis, mis queridísimos piscis, que tampoco es para tanto.

Os voy a explicar el porqué de dicha afirmación. Tengo que empezar aclarando que voy a tratar este artículo desde el punto de vista patrio, de nuestro país como es España, como diría Melody (Nakachian). Hay que tener en cuenta que Eurovisión comenzó a emitirse en TVE en 1961, en plena dictadura franquista, y que pronto se convirtió en un programa absolutamente familiar. La gente (padres, madres, hijos, abuelos, hermanos, tíos y cualquier otro pariente imaginable) se reunía en las casas de aquellos afortunados que tenían un televisor y, por tanto, además de un evento familiar, Eurovisión era un acontecimiento comunitario. Si consideramos que el festival era seguido por la mayor parte de la población y que esta es mayoritariamente heterosexual, de ahí el título de la columna. ¿A que no era para tanto?

Sospecho que ya desde un principio la oveja negra de cada familia empezó a proponer apostar por el ganador mientras comentaba el modelito de la cantante monegasca, o a votar por las canciones favoritas de cada uno al tiempo que hablaba acerca de lo adecuado o no del peinado de la intérprete yugoeslava (siempre me ha encantado esta palabra). En ese sentido, Eurovisión es, y sigue siendo, claramente gay.

Los 70 supusieron la madurez del festival, el aplomo, el savoir faire y, en consecuencia, el concurso de canciones aún era reconocido como un evento importante. Pero hete aquí que llegaron los 80 y, con ellos, el declive totality. La música que se escuchaba en las radios no se correspondía en absoluto con la que las televisiones de los diferentes países participaban en el festival. Y llegó el divorcio entre sociedad y Eurovisión. El naufragio de la barca mucho tuvo que ver también, claro. Ni Bravo, ni Paloma San Basilio pudieron enderezar el rumbo de las naves y el festival quedó a la deriva (que a mí me llevauuuu). Entonces, las ovejas negras de cada familia fueron las únicas que siguieron apostando, que siguieron comentando, que siguieron… viendo el festival. Y decidieron apoderarse de él, hacerlo suyo. Y lo gracioso es que ellas creen que lo lograron. Ellas creen que Eurovisión les pertenece, que existe gracias a ellas, que nadie como ellas lo mima y lo cuida. ¿Sabéis que os digo? ¡Que os pongáis una peluca!

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A pesar de los éxitos de principios de los 90, Eurovisión continuó su largo exilio a lo largo de esa década hasta que, en 2002, una jovencita granadina consiguió lo que parecía imposible: volver a poner a toda la familia (ya no a toda la comunidad, porque gracias a Banesto todos tenían ya tele) a ver ese concursito de canciones que se celebra una vez al año. Y Eurovisión se convirtió de nuevo en un fenómeno de masas y las ovejas negras se pusieron muy contentas porque ya podían hablar de su pasión sin que las miraran como a un bicho raro. O eso pensaban ellas, que ahí también hay mucha tela que cortar.

Pero, chiquis, ¿no os dais cuenta de que Eurovisión trasciende más allá de OT, de la voz de Anabel Conde, de Federico Llano y de la futuróloga Doris? Eurovisión no es nuestro. Lo amamos con locura, claro que sí, pero no nos pertenece. Eurovisión ha sido, es y siempre será de todo el mundo. ¿Que a nosotros nos gusta más? Évidemment. Pero eso no quiere decir que Ivi Adamou sea patrimonio de los eurofans. Los cantantes que participan en el festival tienen sus carreras. Algunos, incluso, tienen una larga trayectoria a sus espaldas y Eurovisión no es más que una anécdota para ellos. Si no, que se lo pregunten a ABBA o Céline Dion, “to name just a few”, que diría Ronan Keating.

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Antes he puesto el ejemplo de Ivi porque recientemente alguien me comentó que le gustó mucho esa canción, esa actuación o, sencillamente, esa chica. Os hablo, cómo no, de alguien heterosexual. Me da la impresión de que el número de personas de esta orientación que se está aficionando a Eurovisión ha crecido bastante en los últimos años. Y, de eso, las ovejas negras tenemos mucha culpa. ¿Quién no ha organizado alguna vez una fiesta eurovisiva con todos sus amigos? En las que yo he organizado en el último par de años hay, incluso, un trofeo para aquel concurrente que obtiene más puntos en diferentes pruebas. Vestimenta, preguntas, quinielas, todo cuenta para obtener el preciado galardón.

Si eso (abrir las puertas de nuestras casas para que nuestros amigos disfruten de un espectáculo audiovisual sin parangón) puede servir para que la gente aprenda a respetar Eurovisión, genial. Si se trata solamente de una moda pasajera, de algo cool, de una muestra de cómo mola ir a casa de mi amigo oveja negra a pasar una noche divertida, ya lo comprobaremos con el paso de los años. Tal vez el festival vuelva al ostracismo y puede que lo sigamos viendo solo unos pocos. Pero bueno, eso ya es aventurar demasiado.

Por tanto, chikis, Eurovisión es de todos. Muy heterosexual, sí, porque la población es mayoritariamente hetero, pero nosotros lo amamos como nadie.