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Olevisión nº 50 – La otra mirada interior

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Después de la pausa veraniega, continuamos con nuestro repaso a los cincuenta números de Olevisión ya editados. Esta semana nos vamos a centrar en el número 34, en el que una flamante Helena Paparizou se multiplicaba en la portada, gracias a su triunfo en Kiev. La capital ucraniana nos acogió de manera inigualable durante la semana del evento pero muchos sentíamos curiosidad por saber cómo se viviría Eurovisión en la capital del antiguo granero de la URSS. Nuestro compañero José de las Cuevas, nos relata en primera persona sus experiencias en esta ciudad. Un desternillante periplo que esperamos os guste a todos. Ya sabéis… «Read more».


Una vez se van disipando los vapores etílicos, y mi dependencia al vodka (Nemiroff, patrocinador oficial del ESC.y al que el pueblo ucraniano debería levantarle un monumento), paso a relataros las sensaciones del viaje que hicimos a Ucrania con ocasión del ESC (y digo el motivo, porque aquel que me diga que ha viajado al país ese solo por placer, le llamo estúpido a la cara). He aquí un relato de lo que es simplemente una mirada interior del que esto suscribe, de un país al que promete no volver por los restos (y ni siquiera si vuelven a ganar el ESC y mandando España una canción ganadora…

El primer contacto con la realidad ucraniana fue la forma de conseguir alojamiento. Por ciertos problemas de indecisión en algunas mamarrachas, ya de por si indecisas, nos quedamos sin hotel, y tuvimos que acudir a contactos de allí a que nos ayudaran. Así encontramos una empresa llamada Athena marriage agency, que tenía apartamentos más o menos de lujo para esos días…. Bajo ese nombre se escondía la primera casa de putas. El primer contacto con el deporte nacional …

El apartamento resultó ser un fantástico lugar para el encuentro de señoritas con sus clientes, con unas paredes que imitaban mármol a las que se les podía pasar la bayeta para limpiar todo aquello que se cayera accidentalmente, unas cortinas de diseño imposible, y una habitación principal con chimenea y caja fuerte de 2 x 2. Aun así, era acogedor, y lo más importante; estaba a menos de 5 minutos andando del Palats Sportu, y en la misma calle del euroclub. El edificio era el típico de Kiev, y aquellos que fueron a un hotel, se perdieron ese contacto almodovariano con la realidad. La entrada no daba a la calle, sino que se entraba por varios pasadizos, y posterior patio interior. Los portales allí no tienen llaves, pero sin embargo todas y cada una de las viviendas poseen puertas de seguridad, de un ancho que no habían visto estos ojitos en la vida. La escalera tenía los peldaños rotos, y el ascensor, colocado posteriormente a la construcción del edificio, estaba situado en los rellanos, entre los pisos. El nuestro, auténtico cuarto oscuro, disponía de botones para nueve pisos… cuando el edificio solo tenía cinco. Este hecho, que nos sorprendió inicialmente, luego fue cobrando normalidad cuando empezamos a darnos cuenta de las peculiaridades del país. Kiev se construye en parte con artículos de segunda mano de la vieja Europa, y nuestro ascensor seguramente fue antes utilizado en un edificio de A1pedrete. Estos datos los contrastamos cuando fuimos al Súper más lujoso de la ciudad, en la que los carritos estaban con mensajes en alemán. Y lo ratificamos cuando vimos que
uno de los viejos autobuses con los que hacían el servicio de recogida del Palats a los hoteles tenía un letrero que ponía «El torero – servicio discrecional» … A saber que servicios habría dado en la madre patria. Lo que está claro es que aquí no pasó la ITV y lo enviaron para Ucrania….

El siguiente shock tras el apartamento. nos lo ofrecieron los lugareños,en sus propias carnes. Ellos, guapos no es que sean. Parece que lo de Chernobyl afectó, y sus caras, independientemente de la edad, se recubren de unos granos que competirían con cualquier quinceañero pajillero (así que el cutis de Yuschenko tampoco desentona tanto). Luego se visten con una moda un tanto básica, con atención especial al calzado, donde esta temporada molaban unos zapatos con la punta hacia arriba que luego giraba y apuntaba hacia aquel que vestía los mismos. Un ejercicio de creatividad tirada a la basura. Luego, empecé a comprenderlos. La calle donde estaba el apartamento se suponía que era una zona chic (¿?) de Kiev, y justo al lado del portal había varias tiendas de ropa. Al no tener nada para la fiesta final, intenté comprarme algo de ropa. Las camisetas empezaban por 180 euros, y llegaban hasta los 300… que resulta que es el salario medio de cualquier ucraniano. Con lo cual me ví en casa poniendo la lavadora y repitiendo la camisa. Tuve otra necesidad. Quizá por ver tanto grano. pero quería exfoliarme la cara, y acudí a una tienda para comprar la de clinique, y de paso alguna hidratante que me quitara la sensación de guarro, ya que el agua de la ducha me había resecado la piel saliéndome manchas blanquecinas por todo el cuerpo (a los dos días de volver aquí. las manchas habían desaparecido …). El precio doblaba y triplicaba lo que costaban en España, por lo que volví al apartamento, y mientras la lavadora estaba en marcha, me puse agua caliente para abrirme los poros, y hacerme una exfoliación a la antigua usanza. Con todos estos inconvenientes, comprendí que ser ucraniano y cuidarse es algo muy jodido.

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Ellas sí son guapas. Pero muy putas. En el sentido literal de la palabra. Y me explico; las fiestas se celebraban en el complejo del Arena, a cinco minutos del Palats. Allí.los gorilas ucranianos nos hacían pasar minutos en colas sin sentido para pasar al interior, tras un arco de seguridad anti-pistolas y navajas. Las chicas pasaban más rápido. Cuando al fin alcanzabas a entrar en las fiestas, pOdías ver a unos cuantos eurovisivos y dos putas por cada uno de ellos. Creo que no tuvieron mucho éxito…. Las chicas estaban bien dispuestas, como se podía observar por cómo se tumbaban en los ocho reservados con camas redondas que la discoteca tenía. Incluso iban preparadas para algo rápido, ya que una vez el vodka que ya llevaba encima casi me regurgita cuando subiendo las escaleras que llevaban a la discoteca, la cual estaba rodeada por una barra de cristal donde la gente bebía, observamos que una de ellas estaba bebiendo, con las piernas abiertas, orientadas a los que subían… y sin ropa interior… Yo, porque voy a playas nudistas, pero sé de más de uno que hacía años que no veía aquello …

Respecto a la gente en general. todavía tienen muchos dejes soviéticos, aunque les pese. El tráfico era, a veces. un caos, pero no escuchamos un pitido en toda la semana. Algo alucinante comparado con España, o con Estambul recordando el ESC anterior. Las colas en la entrada al concierto también las respetaban, y los europeos eran los que intentaban colarse ante la actitud pasiva de los otros. Podían esperar mas de una hora en la parada del autobús para intentar subirse en un minibús de 20 plazas. O no tienen sangre, o con la revolución naranja se la exprimieron. Otro deje es que nadie te mira por la calle.

Aquí, que ligamos hasta con las farolas!. Ni siquiera por curiosidad. Solo algún borrachazo se atrevía a mirarle el culo a las chicas, y decirles cosas bonitas en ruso (ojo, ruso. porque ucraniano, no lo habla casi nadie …). Y lo del idioma. Vale que en España no se habla mucho inglés…. Pero es que allí ni el hello. Nada. Y eso no es lo peor. Lo malo es que no emplean ningún lenguaje corporal, tipo señalar algo, girar, arriba, abajo … vamos lo que hacemos muchos sin ni siquiera preguntamos nada. Ellos hablan hieráticos, sin movimientos que ayuden a saber de qué puñetas están hablando. Y lo que hacen para hacerse entender es todavía más patético. Se limitan a repetir una y otra vez la misma frase, porque están convencidos de que al final les vas a entender. El primer día nos costó cinco minutos comprar un litro de leche, y eso que señalábamos lo que queríamos comprar. A partir de ahí, pasamos de los típicos colmados y nos fuimos al Súper de autoservicio. Con un carrito en alemán, y a pensar que estamos en Europa… Nuestra venganza fue que no aprendimos más que dos palabras: moloko, para la leche y gracias, que en vez de decir Spasiva, decíamos claramente «es pasiva», mientras que apuntábamos con el dedo al que teníamos al lado.

Otro tic heredado, y ya van unos cuántos: en el Palats Sportu pusieron cinco restaurantes de servicio rápido. Cada uno de ellos tenía un lineal de cuatro metros. A veces estaban hasta siete personas. Sin nada que hacer. En la tienda de la que os hablé, de 300 euros la camisa había 5 dependientes, y de clientes solo Franci y yo, y la verdad es que no duramos mucho, como podéis suponer. Así no debe haber paro, pero tampoco podrá subir ese salario medio de 300 euros…

Lo de los taxista es cuento aparte. Muchos iban prevenidos a Estambul porque les podían robar y hacer un recorrido mucho más largo… ¡Ja! Bienvenidos a Kiev, donde los taxis no tienen taxímetro. La primera vez que cogimos uno nos clavó unos 12 euros. Incluso con mi amenaza de denunciarlo y exigirle el tícket y la matrícula. Se la suda. Hay que negociar antes de montarse. La vuelta de ese trayecto solo nos costó 4 euros…

Y la mafia. La mafia es mucho. El tópico de Ucrania que obedece a la realidad. Luego se iban retirando pero los primeros días el euroclub estaba lleno.

La calle principal de Kiev era un reflejo de lo que es la sociedad. Hay que reconocer que se volcaron con el festival y el kilómetro y medio que la recorría estaba lleno de colores con motivos del festival. (No pongo el nombre de la calle ¿para qué? Cada calle tiene 3 nombres: el ruso original por el que la conocen, el convertido a ucraniano y el occidentalizado…) Cada domingo, esta calle se cierra y se convierte en peatonal para disfrute de sus ciudadanos. Lógico, si no tienen un duro para una camisa o una hidratante (salvo que seas mafioso o puta), pues se pillan una cerveza y a la calle a alternar con sus conciudadanos. Allí podías observar lo adelantado del país: la atracción que más se repetía era un saco de boxeo al que se le daba un puñetazo para medir la fuerza de uno. Entre los juguetes de más éxito estaba aquel que hace burbujitas con un tubo lleno de detergente, y la muñeca ramplona que era capaz de andar con movimientos propios de epiléptica…

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Pero hay que ser objetivos. Hay dos españoles a los que les gustó la ciudad, y otro más que dijo que en diez años eso iba a ser como Nueva York. A ninguno les pregunté si llevaban tanto vodka en el cuerpo como yo. Por si no ha quedado claro, si me pierdo, que no me busquen en Ucrania.

Nota del autor: quizá se desprende de todo lo anterior que nuestros días allí pasados fueron puro sufrimiento… y no es así. Las ingestas de vodka cercanas al coma etílico, y la compañía del resto de los españoles hizo que la semana eurovisiva fuese, una vez más, inolvidable.

everywaythatican dice:

Jo, después de leer este artículo tan excelso me doy cuenta de lo diferentes que fueron las ediciones de Kiev y de Moscú. Lo único parecido fue lo del Vodka y lo de «es pasiva», jajajaj.