Bronce que sabe a oro
#Chanelazo en Turín, con un tercer puesto que sabe a victoria.
Cuesta resumir todo lo que Turín 2022 nos ha regalado a los eurofanes o eurofans, como quieran: un Benidorm Fest memorable, un eurodrama en la votación de la representante española, varias PreParties con alta afluencia de delegaciones, momentos de euforia en ensayos y actuación de España en la Gran Final, tres entregas seguidas de 12 puntos (en total, ocho países nos dieron 12), y finalmente, un Chanelazo que deja a España en tercera posición de un gran Festival de Eurovisión, con 459 puntos en total, precedida por Ucrania y Reino Unido, y un puesto por encima de Suecia (¡la invencible Suecia!). Por este y por muchos otros motivos, es sin duda un tercer puesto que sabe a victoria.
Semifinales: 10 y 12 de mayo
El análisis del resultado no puede desligarse de un análisis televisivo y musical de todas las actuaciones. Muchos consideran que el nivel de este año era «flojito» y era por tanto fácil decidir cuáles eran las mejores, pero no así las peores… que podrían variar según los gustos, como siempre. Las sorpresas de las semifinales vinieron de la mano de Suiza, Islandia y Portugal en la primera, que posiblemente dejaron fuera a Albania, Austria o Croacia, las cuales quizá no destacaron por su afinación precisamente. La segunda semifinal contó con la sorpresa de Serbia, que desbancó a supuestos favoritos (o, al menos, llamativos) como Israel, Malta, San Marino o Chipre, esta última muy aclamada por su versión de estudio pero cuestionada por su afinación en directo.
De la primera semifinal pasaron: Monika Liu (Lituania), que presentaba un look Mireille Mathieu, con una voz excelente y unos destellos que realzaban su presencia y su tema en lituano; la balada lenta con voz desgarrada de Marius Bear (Suiza); los ucranianos Kalush Orchestra, que mejoraron la interpretación de la actuación de su preselección, sabedores de que pasarían sin problema; el folklore moldavo de Zdob și Zdub, cuyo espectáculo tenía todas las papeletas para pasar a la Final, precedido de una sentida interpretación de S10 (Países Bajos), que llegó a las lágrimas tanto en la semi como en la Final; la sororidad de MARO (Portugal) y Systur (Islandia), con propuestas intimistas y mensaje profundo y melancólico, especialmente el de Saudade, saudade; Amanda Georgialdi Tenfjord (Grecia), que dio la nota alta y sostenida, para ser sorprendida por los lobitos amarillos de Noruega, Subwoolfer, quienes convencieron con su alocada letra y puesta en escena amarillista; y finalmente, Rosa Linn (Armenia), de cálida voz, cuyo tema de anuncio televisivo y su celda de psiquiátrico le (nos) dio un sustillo al fallarle el velcro de una de las tiras de papeles que cubrían la pared del set montado a modo de habitación del pánico.
De la primera semi, los que no pasaron, lo hicieron por falta de afinación (Albania y Austria), exceso de parafernalia, algo que probablemente hizo que el público ya no supiera adónde mirar (Albania y Croacia), melodías repetitivas y poco originales (Georgia y Bulgaria), espectáculos ya muy vistos o faltos de energía (Eslovenia) y quizá falta de potencia y unión entre las componentes del grupo en el caso de Reddi (Dinamarca).
De la segunda semi pasaron: Finlandia, con su propuesta de globos amarillos y su inquietante inicio de película de terror, pero con el carisma que caracteriza a The Rasmus; el constante lavamanos y el pegadizo estribillo de Konstrakta (Serbia); el vozarrón de Nadir Rustamli (Azerbaiyán) a pesar de su apariencia de mendigo de supermercado; el también vozarrón de Sheldon Riley (Australia) con su emoción tapada por una máscara de brillantes que, al retirarla, simboliza la libre expresión de su propio ser; la atractiva sonrisa de Stefan (Estonia) que nos proponía un viaje por el Lejano Oeste con un mensaje de Esperanza (y no Aguirre); el pegadizo y divertido estribillo en castellano de WRS (Rumanía) a pesar de sus nasales agudos; el virtuosismo vocal y la belleza de Ochman (Polonia) a la hora de describir su funesto deseo de que la corriente del río le lleve; la deslumbrante voz juvenil de Jérémie Makiese (Bélgica); la desgarrada voz de Cornelia Jakobs (Suecia), favorita desde el principio por su íntimo tema pop sobre su corazón roto; y la discotequera propuesta de We Are Domi (Chequia), quienes dejaron al público entusiasmado en pleno baile.
Los desafortunados de esta semi fueron: Michael Ben David (Israel), cuya propuesta disco-gay-friendly no tuvo la fuerza suficiente; los florales Circus Mircus (Georgia), quienes pensaban que su ritmo pegadizo y la indumentaria de incógnito les daría el pase; la inocencia de Emma Muscat (Malta); el descaro de Achille Lauro (San Marino); la desafinación y la omnipresente Afrodita en una voz medio tono arriba de Andromache (Chipre); la irreverencia poco consolidada de Brooke (Irlanda); el nerviosismo fatídico de Andrea (Macedonia del Norte), a pesar de la potencia de su mensaje y de su voz; y finalmente, la poderosa voz de Vladana (Montenegro), que quizá fue ensombrecida por su puesta en escena estrafalaria y totalmente ajena al mensaje de la canción, que por cierto, fue la única mención velada a los fallecidos por coronavirus, en todo el Festival.
Gran Final: 14 de mayo
Se podría afirmar que en la Gran Final ha primado la balada o el estilo lento frente a las propuestas más atrevidas, rockeras o «festivaleras» (si es que alguien sabe lo que es eso), razón por la cual España quedaba a años luz de otros países por su ritmo, potencia, luz, movimiento y profesionalidad.
Tras el desfile de banderas (más breve que otros años), comenzaban los checos dispuestos a convertir el Pala Olímpico de Turín en una pista de baile gigante, y le siguieron los demás finalistas, unidos a las propuestas del Big 5: una Chanel (España) vestida por Palomo Spain y acompañada por su fantástico cuerpo de baile, que desató el furor del público; unos Mahmood y Blanco (Italia) íntimos y personales, con una química especial que trapasó la pantalla; un Sam Ryder (Reino Unido) cuya voz freddimercuriana conquistaba y dejaba atónitos a partes iguales con su sola presencia, con un vestuario muy chaneliano; una Francia muy tanxugueira, con unos Alvan & Ahez algo trasnochados y mal avenidos, a pesar de su propuesta bretona que en principio parecía atractiva; y una malograda Alemania, que con un Malik íntimo y nostálgico no logró activar los resortes sentimentales y votacionales que esperaba.
Resultados
Todas las apuestas daban como ganadora a Ucrania por causa de la invasión de Rusia al país europeo, y la ola de apoyo y solidaridad que ha generado en el resto de países se ha notado en 631 puntos, esperables pero, para muchos, no asumibles. El país cuenta con 43,7 millones de habitantes, de los cuales se calcula que ya hay unos 6 millones de refugiados por toda Europa. Eso significa que unos 36 millones de personas siguen en el país, luchando para derrotar al país invasor. Ese parece ser el motivo principal de la victoria, dado que la población europea observa con horror una guerra al lado de casa, como quien dice, la cual podría convertirse en Guerra Mundial. Ante esta amenaza, el público (eurofán y profano) vota con miedo, y ante el miedo… no hay razón que valga.
Tras ver este resultado, es fácil enfadarse y decir que se trata de un concurso de canciones, no una maratón solidaria, mientras podemos ver nuestro programa favorito en la televisión de nuestra casa (no desde un búnker), con nuestra familia y amigos, en nuestro entorno, pudiendo hacer la compra sin ser tiroteado/a en el camino, sin ruidos de bombas, sin cadáveres ni destrucción… yo entiendo que es muy fácil cabrearse justo en el año en que Chanel parecía llevarse el micrófono de cristal.
Pero ¿por qué no fijarnos mejor en que Chanel ha recibido ella sola los mismos puntos que todos los representantes españoles de los últimos diez años (si bien es cierto que el sistema de puntuación cambió a mitad de recorrido, pero ya supone un dato icónico)? ¿Por qué no fijarnos en las audiencias (50,8% y casi 7 millones de espectadores, el mejor dato desde 2008)? ¿Cómo no fijarnos en la puesta en escena, el sonido, la realización, la iluminación, la interpretación, la voz, la coreografía sincronizada al milímetro, la voz, el abanico, la emoción… algo que siempre era motivo de queja en ediciones anteriores? ¿Acaso no es mejor fijarse en la marabunta de gente que rodeaba a la delegación española en el Pala Olímpico de Turín, en el avión, el aeropuerto y en la Plaza Mayor de Madrid? Todo eso debería llenarnos de orgullo, más allá de los demás eurodramas, que no superan ni por asomo el drama de la guerra.
En cualquier caso, ¿no habría sucedido lo mismo en unos Juegos Olímpicos o en unos Premios Nobel? ¿Acaso no se utilizan los acontecimientos internacionales para apoyar o boicotear a un país cuando la población detecta una injusticia flagrante? ¿Cómo se convence al público de que su voto debe ir dirigido a una causa musical y no social? Me asaltan estas preguntas, que no afirmaciones. Parece inevitable que, en un lugar donde las banderas representan a las personas, a veces la geopolítica se meta de lleno en la votación. No obstante, podríamos decir que exceptuando la victoria de Ucrania, el resto del tablero se ha distribuido de una manera muy musical y poco política. No en vano, los últimos de la lista del año pasado (Reino Unido y España) son ahora los primeros y viceversa (Francia y Suiza, por ejemplo).
El tándem Laura Pausini, Mika y Alessandro Cattelan funcionó… no a la perfección… pero supo a gloria, sobre todo en las interpretaciones de estos dos primeros en la Gran Final, aunque no entendemos por qué Laura tradujo las letras de sus canciones al inglés (al igual que hizo Il Volo en la segunda semi). Se respiraba complicidad entre los presentadores y eso dio pie a un ambiente distendido, natural y agradable entre actuaciones. Laura tuvo que ausentarse en las votaciones por una bajada de tensión, algo entendible si tenemos en cuenta la pasión que le pone a todo (como cuando la pillaron bailando a tope cuando salían las imágenes del ensayo de Chanel). Las magníficas actuaciones de Diodato y Gigliolla Cinquetti hicieron de las galas algo histórico, y no por el hecho de que fueran los únicos momentos en que el sol escénico se moviera, sino por la importancia de su presencia y por la lagrimilla que sacaron a todo aquel que tuviera un corazón un poquito blando.
En definitiva, ganó la magia, la profesionalidad, el buen hacer de los representantes, y se podría decir que el nivel que se vislumbraba «flojito» al principio, se vio sobrepasado con creces por el abrumador espectáculo que ofreció la UER junto a la RAI, a pesar de la avería que sufrió la gran estructura del sol del escenario. Nos cuentan algunos asistentes que la organización de la RAI no ha sido la más acertada, con errores en la visualización de las votaciones dentro del recinto, lejanía entre Euroclubs, Palacio y Eurovillage, y otras áreas de mejora que, sin embargo, no eclipsaron la maravilla del Festival, que nos aportó momentos irrepetibles. A algunos/as, nos ha devuelto la energía y la ilusión para soñar en una futura victoria, que veíamos muy lejana.
Aprovechamos desde AEV España para agradecer el incansable trabajo que ha realizado RTVE este año para llevar a la delegación española a lo más alto, con una actuación de infarto, unas audiencias mucho mejores y una repercusión del fenómeno eurovisivo en nuestro país, que llevábamos tiempo sin ver. Y por supuesto, agradecemos a Chanel Terrero y a todo su equipo la gran noche que nos hicieron pasar el sábado y el ímprobo y visible esfuerzo que han realizado para dar lo mejor de sí mismos en Turín.¡Enhorabuena!
Fotos: eurovision.tv