¡Viva la diferencia!
Por Miguel Á. Lorenzo
Una vez pasada la resaca eurovisiva (que si gallos, que si monos, que si Portugal…) hay un hecho que no para de rondarme por la cabeza.
Durante los últimos años tengo la sensación de que el Festival se está asemejando más a unos premios de la MTV Europeos. Da igual que se celebren en París, en Dublín, en Madrid o en Róterdam. El inglés se expande desde las presentaciones hasta las letras de las canciones. Esa estandarización se expande a nuestro Eurofestival también hasta en los estilos musicales. Difícilmente podemos encontrar las señas de identidad que caracterizaban a los países participantes, así como del país al que tocaba organizar este evento.
El inicio de la primera semifinal me hizo volver a confirmar esta idea. Un artista local quiere atraparnos con su música pero ¡horror! ¡Es un rapero que canta en inglés! Nos dicen que es ucraniano y, sí, su nombre (Monatik Sergeyovich) lo indica pero vamos, podría ser de un pueblo de Wisconsin, de Nueva Caledonia o de Sudáfrica.
Empiezan las canciones y tenemos más de lo mismo. Podríamos intercambiar el rótulo que indica de qué país son, y nadie se extrañaría. La canción de Suecia podría ser de Chipre, la de Chipre de Polonia, la de Polonia de Albania. Y así hasta casi hasta el final. Portugal nos hace volar hasta nuestras tierras vecinas, algún país ofrece un toque propio en su vestimenta, pero nada más. Aun así, otro aspecto me llama la atención: la cantante finlandesa tiene una doble papada que destaca, así como su ancha cintura. El saxofonista moldavo también tiene unos kilos de más, pero baila y se mueve como sus dos compañeros (incluso con más brío).
Y llegamos a la segunda semifinal. Dos de los presentadores se marcan versiones de éxitos eurovisivos acompañados de músicos y cantantes de la tierra. Esto sí que me parece ya distinto, más propio del país que hospeda el festival. Comienza el desfile de canciones y, esta vez sí, siento algo con personalidad. Claudia Faniello luce escotazo y curvas, muchas curvas. Las hermanas holandesas aparecen también embutidas y haciendo gala de sus generosas chichas. El fornido húngaro Joci parece recién salido de cortar leña en un bosque cercano a su cabaña. Anja también nos deleita con sus volúmenes y con una pinta de sanota que echa para atrás. No sólo eso, tiene una evidente separación entre sus incisivos superiores y la luce con una preciosa sonrisa. A Valentina Monetta no le importa enfundarse en unos pantalones de cuero que muchas adolescentes con 20 kilos menos rechazarían al verlos en cualquier escaparate.
En la final, la británica Lucie no tiene ningún impedimento en levantar sus brazos desnudos al aire una y otra vez. No le importa que no estén fibrados, machacados en gimnasio. Ella se siente bien así vestida, y así gesticula.
La moda proveniente de los Estados Unidos de estar delgado, flaco, escuchimizado, no es algo europeo. Nuestro concepto de salud siempre ha estado relacionado con una alimentación sana. Y todos estos europeítos citados que han participado en Eurovisión han marcado una diferencia. No se han dejado llevar por el maldito estereotipo (no enraizado en la identidad cultural de nuestro continente) Barbie-Kent.
Así que, salvo el caso de Croacia (obviamente), después de ver las tres galas de nuestro concurso europeo no puedo sino gritar:
Vive l’Europe! Vive la différence!