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Términos y perdiciones (2)

Jorge ToralJorge Tove /

En este segundo repaso de las palabras o expresiones que me llevaron a alguna que otra perdición o confusión, trataré temas algo menos petardos que en el anterior artículo. Es decir, me pondré algo más serio, pero no mucho. A veces sucede que intentas hacer ligero un tema pero su importancia te lleva por otros derroteros más comprometidos o complejos, y esto es lo que ha pasado en alguno de los términos que paso a analizar. Son los siguientes:

1. Injusticia

En una de esas moralejas que circulan por Internet, leí una vez que un profesor de Derecho expulsó a un alumno (Juan) en su primer día de clase sin motivo alguno, pero todos callaron asombrados e indignados. Acto seguido, el profesor empezó a preguntar a todos “¿para qué sirven las leyes?”. “Para cumplirlas”, “para que haya un orden en la sociedad”, probaban a responder algunos, seguidos de la negativa del profesor. “Ok, no está mal, pero ¿actué correctamente al expulsar a Juan?”, volvió a preguntar el profesor. Todos callaban, nadie respondía. “¡NO!”, finalmente se atrevieron a decir al unísono. El profesor enfurecido concluyó: “Entonces ¿para qué queremos leyes y reglas si no disponemos de la valentía para llevarlas a la práctica? Cada uno de ustedes tiene la obligación de actuar cuando presencie una injusticia. ¡Todos! ¡No vuelvan a quedarse callados nunca!”. Y Juan volvió a entrar a la clase.

Esta maravillosa historia resume a la perfección mi idea de injusticia, a veces consentida por falta de valentía, en referencia a problemas comunes (el despido improcedente de algún amigo, la falta de civismo y humanidad de algunos conductores en la gran ciudad, etc.) y con otros más generales (la pobreza, las guerras, el racismo, el sexismo, etc.). Nadie duda que esas sean las injusticias más graves y acuciantes de nuestra sociedad. Todos tenemos en la mente casos concretos que nos hacen explotar de rabia, aunque no nos atrevamos a expresarla.

No obstante, cuando uno se adentra en el mundo eurovisivo, descubre que este término no se emplea para describir tan atroces circunstancias. Se utiliza en encuestas (“¿Cuál es la injusticia de este año?”), en conversaciones sobre las semifinales (“¡¡Qué injusticia me pareció que no pasara el país X!!”), o para señalar a los países que menos suerte tuvieron en la elección o en la votación final. Además, se suele identificar la injusticia solo a la baja (cuando alguien no pasa la semifinal o acaba en un puesto bajo). Pocas veces oigo la palabra injusticia cuando alguien de una calidad pésima pasa la semifinal o queda en un puesto alarmantemente alto en la final. En esos casos, se habla más de tongo, broma, poder, política, “vecinismo” (otro término que daría para cien artículos), etc. Y en algunos casos ese supuesto tongo está más que demostrado, pero da igual; seguimos adelante como si nada. No solo eso, sino que sorprendentemente siempre encuentras a alguien que apoya a estos “enchufados” del Festival (seguramente con muy buenos argumentos). Pero para gustos están los colores, ya se sabe.

No seré yo quien proponga otro término que concuerde mejor con estas situaciones (si acaso euroshocks, como la Wurst, o euro-mazazos), que no son más que el fruto de un sistema de votación y unos criterios poco claros y complejos. En competiciones deportivas, por ejemplo, es mucho más claro: Ahí hay goles, puntos o centésimas de segundo que no dejan lugar a dudas de si alguien “desafinó” en su actuación. Pero en Eurovisión lo tenemos mucho más difícil.

En definitiva, creo que este término está sobreexplotado eurovisivamente hablando, sobre todo sabiendo que en el mundo hay situaciones mucho más injustas que las que podamos encontrar en un concurso musical o de otra índole. A mí por lo menos me chirrió bastante cuando empecé a oírlo y ahora me sigue descolocando un poco. Llámenme hipersensible (será porque me dedico a los idiomas y a corregir a alumnos), pero ya he tenido alguna discusión por este tema al no entender que se hablara de un término que yo atribuía a otros problemas. En cualquier caso, desaconsejo su uso a la torera: “¡Huy, engordé un kilo! ¡Qué injusticia!”.

 

mazor

 

 2. Entrañable

Digamos que este término es un criterio que a los eurofans nos encanta odiar: lo entrañable, lo tierno, lo amable. Y digamos también que es un término que a los no-eurofans les encanta restregarnos por la cara cada vez que hay un intérprete que responde a este perfil. Pero esto, si lo trasladáramos a cualquier otra disciplina, sería algo aberrante.

Me explico: ¿Se imaginan que mientras hacen un examen para el que han estudiado y trabajado duro durante meses, el profesor se acerca a su mesa, esboza una sonrisita y dice: “¡Oooh, qué examen tan entrañable!”? Situaciones parecidas ha sufrido un servidor, y no he podido por menos que gritar de rabia cuando alguien que intenta juzgarme o valorar algún trabajo mío, deja de lado mi esfuerzo, mi calidad o mi talento… y se fija únicamente en lo adorable que resulta mi intervención.

Cada vez que escucho ese calificativo en el ámbito musical, siento como si se clavaran en mí, una por una, las lágrimas amargas de esos cantantes y músicos que llevan años preparando su instrumento o su voz, componiendo temas, enviando maquetas (algunas para Eurovisión), cantando en bares y salas de conciertos… sin éxito. En esos momentos, me pregunto qué hay que tener para que alguien te considere entrañable, y sobre todo ¡qué culpa tendrán algunos de serlo o no!

No obstante, para algunos participantes de Eurovisión, esta valoración de dudoso rigor les ha beneficiado enormemente. Si alguien es entrañable, tiene poder suficiente para atraer a gran parte de los millones de espectadores que tiene nuestro Festival. Y como se corra la voz por las redes sociales, Youtubes y demás medios… ya se aseguran muchos puntos; si no para ganar, al menos para pasar la semifinal y quedar en un buen puesto.

 

buranovskiye

 

Y sí: a veces me veo tentado de calificar esta situación de injusta. Pero dada mi anterior defensa del término “injusticia” en su sentido estricto, mejor diré que se trata de una falta de criterio o de una “ceguera empática” que automáticamente deja de lado los aspectos musicales y vocales, en favor de un repentino instinto maternofilial que invalida todos los demás criterios. Uno ya puede desafinar, tener una canción de vergüenza, vestirse como una mamarracha… que si es entrañable, tendrá el mundo a sus pies.