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¿Quién va a ganar Eurovisión? ¿Qué será de nosotros mañana?

Llegó el día. Llevamos dos semanas casi de ensayos, está todo dicho de quién hace qué y cómo, de qué puede pasar y de lo contrario, de favoritos que suben, que bajan, que aparecen y desaparecen. Es la vida del eurofán los días previos al festival de Eurovisión, los que dan sentido a nuestra afición. Agotadores, histéricos pero irrenunciables cada año.
La final de este año llega para muchos descompensada: varios temas que bastantes cualidades se quedaron a las puertas, sustituidos por otros menos deseables, pero esto va por barrios. Quizás un pequeño paso atrás en el nivel general y una mirada en algunos casos a modas que se creían ya pasadas.  Sea como sea, varios favoritos definitivos se plantean. Esto de los favoritos es otra tara que debemos hacernos mirar: Italia, favorita casi desde que ganó Sanremo, llegó a su culmen hace unos días en las famosas casas de apuestas, atacada ya por las dudas. Armenia, primero, parecía que iba a desestabilizar el tablero eurovisivo. Portugal, por supuesto, creció y creció tras su directo semifinalista. Y Bulgaria, que muchos miraban con desdén, se convirtió en esa favorita que todos sabían que iba a arrasar desde tiempo atrás. Afortunadamente, no somos los eurofans quienes decidimos (a solas) el vencedor del asunto.
Esta noche veremos si es el carismático Francesco Gabbani quien recoge el micrófono de oro, un nuevo Celentano del siglo XXI capaz de cantar con desparpajo un tema con una letra estudiada, crítica y con intención, con un show entretenido que no debe dejar de ser elegante. Esa relación amor-odio de Italia y la RAI con Eurovisión deja siempre la duda de cuántas ganas tienen de llevarse el triunfo, aunque ya quisiéramos muchos una delegación con este nivel de implicación. 1990 queda ya lejos y un festival moderno en Italia tiene muchos alicientes. Estamos deseando, querido Nicola.
¡Ay, Portugal! Acostumbrada a sufrir desde aquel lejanísimo 1964 de su debut, en el que la estrella del régimen de entonces quedó con un gran cero. Y desde entonces, tímidos rayos de sol en forma de top10 dentro de una larga trayectoria nublada y sin lustre. Sin lustre de puntos, que no musical, con grandes ejemplos de canciones excelentes, mejores intérpretes e incluso varios éxitos internos importantes. Éxitos casi siempre del corte melancólico luso eso sí, esa saudade raramente ausente tanto de la vida como de sus canciones que ha limitado un poco sus posibilidades. De hecho, si no fuera por Salvador, «Amar pelos dois» podría pasar por una más de esas preciosas canciones tristonas; pero Salvador es mucho: si carisma tiene Gabbani, personalidad tiene él, con una voz que es un regalo de potencia y melodía a la vez, un pack que tiende a ir por separado a veces. No, no es la canción para ponerse a bailar en el Euroclub, y ni falta que le hace. No, no será fácil que se sepa apreciar en toda la diversa Europa la capacidad de emocionar, el mensaje, el contenido, la pasión de los hermanos Sobral, pero ¿y si sí? Hace tres años salió Conchita y como su canción no era el petardazo schlager que algunos esperaban, no olió el puesto de favorita hasta que demostró que cantaba y actuaba mejor que casi todos. Y hasta el Este la votó. ¿Porqué no, Portugal?
La venganza de Rusia. Así llaman a la participación búlgara. Si no fuera porque la venganza empezó por Azerbaiyán, siguió por Armenia y ahora hace parada en Bulgaria, la cosa tendría su conque. El chico nació en Rusia, el tema es una gran balada pop moderna de factoría sueca, con poco gancho pero mucha clase, bien cantada e interpretada por el jovencito, que demuestra maneras de auténtico profesional pese a su corta edad. Posiblemente, eso sí, con mucho menos gancho que los otros dos rivales anteriores. Puede cautivar el voto de las jovencitas, aunque no es muy guapo… Y el voto del Este, aunque tiene muchos rivales: los de mayor entidad, Armenia, Azerbaiyán, Rumanía… Y los de menor, Ucrania, Bielorrusia, Moldavia… Su victoria sería un buen acicate musical para futuros concursos, pero dado lo que tiene alrededor no toca. ¿O sí?
Y sí, está Suecia. Un año más, sí. Escondida, agazapada detrás de los grandes nombres pero está. Con su canción comercial, pegadiza, divertida, elegante, moderna, bien presentada, llamativa y originalmente… Odiada por los que siempre la odian, amada por los que siempre la aman, sigue su camino impasible, como la cara de Robin Bengtsson: un intérprete solvente pero un tanto hierático, que debe de saberse ya su tema como el abecedario y estará deseando soltarlo. Suecia va detrás de Irlanda, de esa Irlanda de los noventa que todo lo ganaba, sin despeinarse, porque supo encontrar una fórmula que iba con su tiempo. Suecia parece haberla encontrado, y como Irlanda que a veces ya hasta ganaba sin querer, no es raro que Suecia alguna vez de estas también gane sin querer. Está en la misma ola en la que estaba la isla. Y quizás la ola la arrastre hasta la mismísima costa del triunfo, de una forma inesperada como Jamala en 2016. Ya ganó el jurado internacional en Melodifestivalen. No sería su turno, pero cuántos turnos no hemos vistos saltarse a países en 60 y tantos años de Eurovisiones.
¿Qué será de nosotros mañana? Unos días de análisis de datos y votos, de cómo cantaron o desafinaron, de deshacer maletas unos y lamerse las heridas otros. Y, luego, a esperar. La dura vida del eurofán.
¡Relax y qué gane el mejor!