60 años y 204 millones de seguidores

© eurovision.tv
Fue, como vemos, un festival con un formato muy distinto al que luego se establecería: además de las dos canciones por país, no hubo votación abierta sino que los jurados, presentes en Lugano, votaron secretamente, incluida la posibilidad de que votaran por su propio país. El de Luxemburgo no llegó a tiempo y fueron los miembros del jurado suizo los que le sustituyeron. Se celebró en jueves, algo que a día de hoy suena rarísimo, pero no fue hasta 1963 que el sábado se estableciera como día habitual de celebración del concurso.
Del primer festival solo se conserva un breve extracto del triunfo de Lys Assia por Suiza interpretando su “Refrain” (Estribillo), que la convirtieron en un mito eurovisivo para el resto de sus días, especialmente revalorizado en la última década. A sus 92 años no se pierde un festival.
Pocos de los presentes en el Teatro Casino Kursaal, la mayoría acomodados jerifaltes de la Suiza italiana e invitados VIP, así como los directivos de la recién nacida UER de entonces, podían imaginar que, sesenta años después, su idea de unir por la música a la desvencijada Europa, separada por guerras aún cercanas, iba a continuar con más fuerza que nunca y con no siete, sino 42 países participantes. Que iba a superar muros, guerras frías, caídas de telones de acero, innumerables crisis económicas, políticas y sociales, infinitos cambios de estilos musicales, formas de entender el ocio y, sobre todo, esas críticas interminables a su formato, resultados, géneros artísticos, etcétera que aún hoy le persiguen.
El Festival de Eurovisión ha logrado batir a todos sus enemigos, declarados o silenciosos, y al tiempo que, inexorable, pasa por encima de todo lo inventado. Hoy se ha dado a conocer que han sido 204 millones de espectadores en su edición número 61ª, que dan la razón a quienes aún creen que sirve para lo que fue creado. Y eso no puede ser (ni es) casualidad o milagro.