Letras y cifras
Jorge Tove /En el apartado de las letras, venimos de saber que el Diccionario de la Real Academia Española en su 23ª Edición ha aceptado términos como veroño (este buen clima que hemos disfrutado hasta bien entrado octubre y, en algunas zonas, hasta noviembre), amigovio (con lo fácil que era follamigo) y bótox (con lo fácil que era “aditivo Lomana”). Pues bien, ¿adivinan qué palabra siguen sin aceptar? Sí, amigas: eurofan. Supongo entonces que habrá que escribirlo en cursiva y sin tilde, ya que se trata de un extranjerismo. Si pulsan esta palabra en el buscador de su web (www.rae.es), lejos de obtener una referencia a la versión acentuada, lo que el magnánimo diccionario propone es, entre otros, los siguientes palabros: burofax, celofán, cofán, enrojar, escolán, estofar, europio, farfán y román.
Creo que nos han hecho un gran favor porque, en caso de que aceptaran el término, el plural sería “eurofanes”, pues seguiría las reglas convencionales del plural en el idioma de Cervantes. Y permítanme que lo exprese, pero ese plural es una mamarrachada. ¡Suena a una opción de la carta de postres! Ya que están, que acepten “eurofana” y “eurofanas”, que se usan mucho más en según qué ambientes. En cualquier caso, aunque a punto he estado de caer en la tentación de denominar a nuestra especie al igual que el elemento químico, “los europios”, en adelante utilizaré la palabra eurofan y eurofans para referirme a nosotros, que no somos como los demás, incluyendo a todo tipo de sexos, orientaciones e identidades sexuales, tendencias administrativas, geopolíticas y gubernamentales.
A pesar de los pesares, estas noticias son las que menos importan al eurofan de a pie en la actualidad, por lo cual pasaré sin más dilación al apartado de las cifras. Lo que nos tiene en vilo últimamente es el número de participantes que tendrán la decencia de presentarse al 60º Festival de la Canción de Eurovisión (que se dice pronto) y, claro está, el goteo de preselecciones y selecciones que se está empezando a producir.
Dado que estamos ante un evento que prevemos irrepetible y apoteósico (pues no todos los días el festival de festivales celebra una cifra tan redonda), hay que ser optimistas y esperar la mayor afluencia de países participantes. Sería de esperar. Pero claro, no contábamos con que algunos países iban a estar pasándolas canutas a estas alturas, debido a su difícil situación económica o política. Este es el caso de Bosnia Herzegovina, Grecia, Bulgaria, Croacia y no digamos ya Ucrania.
Se barajan estos nombres (y no otros como República Checa o Andorra, que ya se se sabe no estarán en esta edición) sobre todo después de que hace unos días Jon Ola Sand tuiteara un enigmática cifra: 39. [Por cierto que “tuitear”, ese gran verbo aliado del eurofan, también ha sido uno de los agraciados aceptados por la RAE.]
Se sabe que Ucrania, la gran Ucrania, se retira por sorpresa del Festival (aunque deja la puerta abierta para en adelante negociar su entrada) y que, por su parte, Bosnia Herzegovina pretende volver. Para todos estos casos se prevé una propuesta de financiación que se ajuste a la situación de cada país, pues sería una pena tener notables ausencias que desmerecieran la calidad y la importancia del acontecimiento.
Con la que está cayendo, teniendo en cuenta que son varios casos y que la ocasión lo merece, soy partidario que la UER prepare un sistema de financiación más que flexible para estos países con dificultades económicas acuciantes, o que como en el caso de Ucrania, estén en plena guerra civil.
No es el caso de España, que ya ha confirmado su participación pero, como ya anuncié en mi anterior artículo, nuestro ente público está ya en amenaza de quiebra y nuestra situación no es que sea boyante, que digamos. A pesar de todo eso y con la trampa que suponen los fastos de una preselección a lo grande (The Hit), mal que nos pese, esta participación supondrá un gasto más para alimentar la excusa perfecta que dé pie al desmantelamiento de la cadena. Así que al nuevo presidente electo le viene que ni pintado. Pero allá que vamos; aquí paz y después… ya veremos si gloria.
Por ello, creo que sería conveniente que, dado que España está en esa no-muy-alarmante-pero-sí-agobiante situación (aunque ya se ve que para tarjetas opacas y tramas púnicas hay todo el dinero que se quiera), nos acogiéramos a ese sistema de plazos o becas que ya está confeccionando la UER en aras de una amplia participación.
¿Locura? ¿Alarma innecesaria? Quizá… pero no más que la locura que hemos vivido en este octubre negro de corrupción y robos a mano armada. Y más vale ser precavidos ahora que plañideros después. No obstante, aquí ocurre lo de siempre: ¿Quién tiene voz y voto en estos asuntos? Está claro que los eurofans no. Así que insto desde esta humilde morada a que, quien sea que tenga el poder de pedir cosas a la UER, se aplique el cuento y solicite que España se acoja a ese programa de becas, plazos o ayudas esbozado (aunque no concretado) por Jon Ola Sand. No estaremos como Grecia o Ucrania, pero en ciertos aspectos, poco nos falta, así que sí lo creo muy conveniente.
Si finalmente acogerse a dicha propuesta supone estar pagando unos intereses bestiales por tener nuestro sitio en la Final del Festival, pues oiga… se paga como siempre, se critica ferozmente en el Congreso (también como siempre) y se nos vuelve a lanzar el milenario bulo de que España no participará en Eurovisión al año siguiente, suponiendo que ese sea uno de los males menores que conlleve la dramática situación de RTVE.
Como creo que pocos quieren eso (al menos a juzgar por los datos de audiencia del Festival en España), diría que algo parecido a lo que se pactará con Grecia y Bosnia es necesario aquí. Estamos a tiempo, pero si no lo creen así o les parece una burrada, decreto el secreto de sumario para esta propuesta 😉