¡Últimas noticias!

Love in Rewind

paco-gon-arena

Y bailaron y cantaron hasta el amanecer. Y rieron. / Paco González Arena

El escenario, como siempre cuando se anuncia el ganador, quedó cubierto de confeti dorado, serpentinas de colores, alegría y fiesta a raudales. Mucho brilli brilli. La gente comenzó a abandonar el recinto. Pero ellos querían seguir la fiesta.

 

Y llegó el sábado. La gran final. Se presumían unas votaciones reñidas, sin un claro favorito. No alcanzaba a recordar otra final tan abierta como la de 2014. Durante todos los días que estuvo allí, escuchó nombrar como diez países diferentes para alzarse con el triunfo. Pero el ansiado triunfo fue para Austria. Oh, my god! 48 años después. Las votaciones las disfrutó con algunos de sus amigos en la sala de prensa. Sin alcohol esta vez. Minipunto negativo para Copenhague.

 

paco_sebalter

Bailar canciones eurovisivas danesas en un garito pequeño, lleno de humo (la ley anti tabaco no ha llegado a Dinamarca), chupando pelos, con el bailarín y coreógrafo de Irlanda por allí comiéndole la boca a otro, podría parecer extraordinariamente bizarro para el común de los mortales, pero para un eurofán es la leche. Y, para él, lo fue. Y pensó: “Al que no le guste, que se ponga una peluca”.

Llegaron las galas, con ese escenario estupendo, esos presentadores maravillosos, las puestas en escena, las coreografías, los aplausos, los abucheos, los clasificados, los eliminados y las sorpresas. ¡San Marino! Y, poco a poco, todo iba llegando a su fin.

Tanto estaba disfrutando de esos días, que hasta se atrevió a cantar en un karaoke en plena calle Krøller eller ej. Hasta lo grabaron en vídeo aquel momento. ¡Qué momento! ¿No encuentras?

Y así fueron transcurriendo los días, con la incomodidad de no poder publicar en las redes sociales lo bien que se lo estaba pasando. Es lo que tiene “estar enfermo”. De hecho, algunos alucinaban al verle allí. “¿Pero tú no estabas en…?” “Sí, sí, pero ya ves”. Sentía que había hecho la mayor locura de su vida. También el mayor engaño. Pero no le importaba. Estaba disfrutando de Eurovisión. Se merecía estar disfrutando de Eurovisión.

Luego, pues lo normal: prisas por aquí, prisas por allá, comidas a horas intempestivas, cervezas, bailes absurdos, ensayos, discos promocionales, reencuentros, cervezas, chapas, risas, encuestas, Tom, sueño, compras, visitas, cervezas, fiestas, clubs de hombres nocturnos, petacas de Listerine, opiniones, abrazos … Lo dicho, lo normal de cada año.

Pero allí, sentados en las gradas, estaban sus amigos. ¡Qué alegría! Había cruzado el charco, aguantando más de ocho horas de viaje y desafiando al jet lag, pero en ese momento no tenía ni sueño, ni cansancio. Solo una enorme felicidad. Abrazos, besos, risas, tonterías, estupideces, Angelines… Todo volvía a ser como antes. La espera de cinco años había merecido la pena.

Paco_JUanm,a

Barquito, caminata por un descampado, solares a uno y otro lado del camino, pero ilusión y muchas ganas de ver los ensayos y a los amigos. Acreditación, entrega del bolsito de turno y pasos encaminados hacia las gradas. Recordó en esos momentos que la primera canción que vio en unos ensayos fue La Coco-Dance. Y lo recordó porque, al entrar en el B&W Hallerne, sonaba Cheesecake, uno de sus odiadas del año, igual que la monegasca en 2006.

Siguió las indicaciones que le habían dado. Unas pocas paradas de metro y luego, a andar. En el plano parecía que el apartamento estaba más cerca. Allí, uno de sus amigos lo recibió. Abrazos, sonrisas, momentos por delante para compartir. Se aseó un poco y se dirigieron los dos al pabellón, el Abdi Ipekçi de Copenhague.

En el avión, ya dentro, se acordó de sus amigos. De aquellos a los que llevaba meses sin ver, pero también de aquellos con los que llevaba años sin compartir bailes, copas, risas, charlas, miradas, opiniones… Y sintió una caricia en el estómago que le hizo sonreír. Pensó en cantar Could it be that I’m in love, como otras veces había hecho, pero al final se retuvo, porque no es él de dar escándalos. Trató de entretenerse viendo alguna película. Lo hizo. Incluso se durmió durante algunas horas. Comió, porque tenía que comer, la horrible comida ofrecida por la aerolínea y, cuando se quiso dar cuenta, estaba en el aeropuerto de llegada.

Terminó de empaquetar todo, dejando algún hueco libre en la maleta para los posibles regalos y recuerdos del país. Se dirigió al aeropuerto, facturó, pasó por seguridad y, después, se paseó por las tiendas, ojeó alguna revista, desayunó por segunda vez, haciendo tiempo hasta que llegara el momento del embarque.

Los nervios del viaje. La ilusión de la experiencia que estaba por vivir, que iba a volver a vivir.