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Gays, Rusia y Eurovisión

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Miguel A. Álvarez /

Si digo que Eurovisión es un acontecimiento marcadamente gay, no estoy precisamente desvelando el secreto de la fórmula de la Coca-Cola. Por todos es sabido que es el segundo acontecimiento gay con más audiencia televisiva, después de la elección del Papa.

Bromas aparte, no es un acontecimiento gay, sino un espectáculo musical que, por lo que sea, tiene un atractivo especial para este “colectivo”. De ahí que para el público eurofan, mayoritariamente gay, cualquier noticia relacionada con los derechos y libertades de elección/ejercicio/opción sexual a lo largo de Europa tiene una gran relevancia. También es así porque algunos de nosotros tratamos de acudir a disfrutar en directo de nuestro espectáculo favorito, allá donde se celebre.

Y ese “allá donde se celebre” nos puede llevar a lugares tan peculiares como Rusia. En estos días el parlamento ruso ha promulgado una nueva ley que restringe aún más los ya de por sí precarios derechos con los que los homosexuales pueden vivir su condición. Cualquier homosexual que exprese públicamente su orientación, incluso con gestos tan inocuos como ir de la mano de tu pareja o llevar una bandera del arco-iris, puede ser motivo de detención policial. Sea ruso o extranjero.

Los que allí estuvimos en 2009 sabemos que la prudencia, cuando no la sensación de no ser precisamente bienvenidos, nos llevaba a no exteriorizar muestras de cariño, o a controlar esos gestos, naturales o forzados,  que nos hacen reconocibles… vamos, la pluma.

De hecho, recuerdo el asombro con que los asistentes a las semis y la final de Eurovisión recibíamos esa curiosa “protección” con la que nos regalaban nuestros anfitriones a la salida del Olimpisky desde la misma puerta hasta la entrada a la estación de metro: una fila continua de militares a izquierda y derecha de unos 400 metros de longitud. ¿Era para protegernos, o para proteger a su población de posibles manifestaciones pro-gays? Siempre me quedará la duda.

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La nueva ley da un paso más en un camino que yo creía abandonado por los países europeos: el de la discriminación por razón de orientación sexual. Mientras que para la mayoría del continente el proceso, aunque lento, tiende a la plena equiparación de derechos, en países como Rusia se vive una regresión real.

Desde mi ignorancia creía que Eurovisión era un soplo de aire fresco que abre las mentes de los habitantes y gobernantes de los países en los que los derechos y libertades están más amenazados. Que el contacto con extranjeros, gays mayoritariamente, contribuiría a que las sociedades se volviesen más permeables, menos cerradas. Pero no está siendo así. Cuanto más al este de Europa nos movemos, más dificultades encuentran los homosexuales para recibir un trato igualitario. La religión, como siempre, tiene mucho que ver con esto.

Rusia no es el único país donde la homofobia aumenta. Al parecer, Bielorrusia se plantea reintroducir el delito de sodomía en su Código Penal. No ha firmado la Declaración de Derechos Humanos ni pertenece al Consejo de Europa. No hay compromiso internacional que le obligue a respetar los derechos de los gays. Ucrania lleva el mismo camino. El 60% de los ucranianos creen que la homosexualidad es una perversión. En toda las repúblicas de la antigua Unión Soviética ocurre algo parecido, siendo las bálticas y Georgia donde existe cierta tolerancia. Rumanía, Serbia y Bulgaria son países en los que nominalmente está aceptada y despenalizada, pero en los que de facto los homosexuales se enfrentan a una incomprensión social elevada.

Cuando en el año 2011 Azerbaiyán ganó el derecho a organizar el festival de 2012, fueron muchas las voces que se alzaron para manifestar su rechazo a este país por su flagrante y continua violación de los derechos humanos.  Algunos eurofans se replantearon su intención de viajar a Bakú y, de hecho, muchos abandonaron la idea. Unos por miedo, los menos por convicciones o compromiso ético. Pocos se sintieron allí lo suficientemente cómodos para expresar libremente su opción sexual. Que existiera un bar gay, que muchos visitamos, no quería decir nada: sus clientes tenían un  aire de marginación social que no se asemeja a lo que con total normalidad se ve en los bares gays de la Europa Occidental.

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Ante esta situación, se plantean dos cuestiones: ¿deben los países de la UER boicotear la organización de Eurovisión en países donde los derechos de los gays, y los derechos humanos en general, no son respetados? ¿Debemos los gays protestar, boicotear o negarnos a viajar a estos países?

Ambas tienen difícil respuesta. Ya han existido en Eurovisión boicots a la organización del festival en países no democráticos, como hizo Austria en 1969 con España. ¿Se volverán a producir? Sinceramente, lo dudo, porque al menos en teoría, casi la totalidad de Europa vive en regímenes democráticos y también, en parte, porque los intereses económicos, políticos y estratégicos llevan a los distintos gobiernos a tratar con mucha cautela actitudes que puedan enrarecer las relaciones con estos países.

En mi opinión, el contacto con personas con sensibilidades distintas abre las sociedades, desmitifica estereotipos y logra cambios que de otra forma sería más difícil conseguir. Personalmente no creo que dejase de ir a ningún país por ese motivo. Quizá es por que estoy convencido de que esto es así, que la presencia de gays extranjeros en estos países contribuye a su apertura, o quizá es también por egoísmo, o porque mi compromiso ético es menor de lo que pienso, o simplemente porque Eurovisión me gusta demasiado como para renunciar a verlo en directo. O es una mezcla de todo ello en distinto grado. Que cada cual saque sus propias conclusiones. No quiero dar lecciones de ética, somos cada uno de nosotros los que tenemos que tomar nuestra decisión. Aunque a veces la superficialidad con la que menospreciamos estos temas nos sonroje.