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Millstreet 1993 o "Cómo casarse con un millonario"

Hubo un tiempo en que el Festival de Eurovisión no tenía los patrocinadores que tiene hoy en día y cualquier aportación, por desinteresada que fuera, era bien recibida por la UER. En 1993 a un excéntrico millonario irlandés se le puso entre ceja y ceja que la RTÉ organizara Eurovisión en su pueblo, Millstreet (Condado de Cork). Europa entera escuchó por primera vez -y última, como nos temíamos- el nombre de Millstreet. Era un pueblecito de 1.500 habitantes que no disponía en absoluto de la infraestructura adecuada para organizar un evento de la magnitud de Eurovisión y que nada tenía que ver con Belgrado, Moscú, Oslo o Düsseldorf.

LLEGA EUROVISIÓN Y PONEN UN SEMÁFORO EN EL PUEBLO

Con Eurovisión, llegó el progreso a Millstreet. La celebración del concurso permitió reparar las aceras, instalar seis cabinas telefónicas y poner un semáforo en la calle principal. El semáforo se puso mayormente para impresionar a los visitantes porque apenas circulaban coches por allí. Cuando acabó el festival lo desmontaron porque no hacía ninguna falta en un pueblo sin apenas tráfico. Pero la doble curva de la carretera, justo a la entrada de Millstreet, quedó aligerada de vehículos durante los días que duró Eurovisión. Y el andén de la estación dejó de ser un escalón apeadero y se convirtió en un andén de verdad: los viajeros podían apearse desde el vagón que desearan y no sólo desde los dos primeros, como era condición indispensable cuando el tren llegaba a Millstreet.

En 1993, en plena crisis económica, que haberlas las ha habido, Eurovisión debía subsistir. Batía su récord de participación con 25 países inscritos y se había visto obligado a dejar fuera a unos cuantos interesados en el prefestival de Ljubiana. Ahora bien, muchas de las televisiones participantes tenían miedo a ganar y se contentaban con el hecho de participar, como en el antiguo lema olímpico. La razón es que la victoria implicaba, entonces como ahora, organizar la siguiente edición del evento, y eso, como siempre, es visto como un engorro por las televisiones participantes. Y si no, que se lo digan a TVE.

Duggan lo sabía y por eso, el lunes siguiente a la victoria de Linda Martin en Malmö, envió una carta a RTÉ con una propuesta simple: «¿Por qué no celebramos Eurovisión 1993 en Millstreet?». Él se ocuparía de todos los detalles. Los directivos de RTÉ no dieron importancia a la carta, que acabó en la papelera más cercana. Pero hubo más cartas, llamadas telefónicas y visitas personales de Duggan al ente público. La terquedad del millonario acabó convenciendo a los ejecutivos de televisión, que podían paliar la falta de patrocinadores con la aportación de aquel millonario enviado por la providencia. «¿Por qué no Millstreet? Bueno, pues que sea Millstreet«.

NOEL C, DE APRENDIZ EN UNA FERRETERÍA A MILLONARIO EUROFAN

A Duggan, por cierto, nadie le conoce por su apellido. Desde que nació en 1935, 58 años antes de Eurovisión 1993, le llamaban por el nombre y la inicial intermedia: Noel C. La familia de Noel C. había disfrutado una cierta prosperidad en el siglo XIX, cuando Millstreet estaba en la ruta de la leche desde los pastos interiores hacia el puerto de Cork. Pero la vida profesional del joven Noel C. no tuvo un arranque prometedor: tuvo que pagar 30 libras, adquiridas con la crianza y venta de una vaca, para que le emplearan como aprendiz en una ferretería de Cork, la capital de la comarca.

Debió aprender bien el oficio, porque poco después abrió su propia tienda en Millstreet; luego creó un taller de reparación de tractores; y más tarde, una empresa metalúrgica, con la que ha amasado gran parte de su fortuna. Años después, como inversión, fundó Green Glens, un club ecuestre que constituye uno de los principales centros de ocio para sus convecinos. Y los otros centros de esparcimiento son los pubs locales: un total de 13 son de su propiedad.

GREEN GLENS ARENA

Precisamente el Green Glens se convirtió en la sede de celebración de Eurovisión. Allí se montó el decorado, la green room y se dio asiento a los 3.500 invitados a presenciar el festival. Lo que no desapareció fue el olor a caballo, para desesperación de Eva Santamaría, que exprimió un montón de botes de perfume en Irlanda. Noel C. tuvo que comprar una gran carpa con la que ampliar la capacidad del club hípico y confiaba entonces, si las cosas no se torcían, en aprovecharla de nuevo en el futuro: «Si vale para Eurovisión, vale para cualquier cosa«, contaba a The Daily Telegraph. «Estaría bien poder traer a Millstreet a Pavarotti, Neil Young o U2«.

Y si Noel C. era el alma del asunto, Ken Brennan fue el brazo ejecutor. Brennan, director de la escuela de Millstreet, se encargó, como secretario del Comité de Eurovisión, de todos los detalles: desde las líneas telefónicas hasta la construcción del andén, pasando por la doble curva de la carretera y el arreglo de los jardines. En total, su presupuesto alcanzó el millón de libras, unos 182 millones de pesetas de la época. «Hemos hecho en tres meses lo que no habríamos hecho, normalmente, en dos años«, afirmaba con orgullo.